viernes, 21 de agosto de 2009

Día 16. Bahía de Halong

Hoy es uno de esos días que estás esperando durante todo el viaje, tengo contratado un tour con guía-pastor para visitar la Bahía de Halong.


A las 8, se supone que vendrían a buscarme, como siempre, ya han sido más de las 8.30, pero no hay problema, son vacaciones y no puedes agobiarte con estas cosas.


Ya más tarde de las 8.30 me he montado en una minivan que nos llevará a Halong city, eso si, antes parando en un lugar típico para estas ocasiones, es decir, tienda de souvenirs.


Tras tres horas de trayecto en las que he tenido tiempo de conocer a una pareja de Barcelona y un australiano aventurero hemos llegado a Halong city, bueno concretamente al puerto donde rápidamente nos han encauzado hacia donde nos recogería un pequeño barco que nos llevaría a nuestro barco de verdad.


El barco en sí, es bonito, es de madera (o eso parece) y bueno el buen ambiente se respira entre la gente que hemos ido a pasar la noche en el mismo.


Una vez en el barco, nos han dado un paseo hasta llegar a una cueva que hay en uno de los miles de islotes que forman la bahia de halong. La verdad es que la cueva es enorme pero tampoco vale mucho la pena y más si piensas en el destrozo de luces y cemento que han creado en su interior sólo para el turismo.


Ya de vuelta hemos ido unos metros más allá de la cueva a hacer un rato de Kayak. El hacer Kayak en esta zona la verdad es que impresiona. He compartido canoa con un agradable francés con el que he ido a ver un pueblo flotante que hay entre los islotes, hemos visto también una cueva y nos hemos metido un poco en mar abierto, pero no mucho pues el tiempo era limitado…las cosas de los tours…


De vuelta a nuestro gran barco, nos han llevado a un lugar más apartado donde ya no había tanto barco y donde hemos podido disfrutar de un agradable baño, tirándonos desde lo alto de barco. Es una experiencia inolvidable, el poder bañarse en semejante lugar lanzándote desde más de 5 metros de altura, no tiene precio.


Para terminar el día nos llevaron a un lugar más recóndito donde ya tranquilamente cenamos y vimos caer el sol. Tras la cena mis nuevos amigos de Barcelona y yo nos subimos al solarium del barco a ver las estrellas, allí mismo caímos rendidos pues a pesar de que en un barco que teníamos al lado no paraban de cantar canciones de karaoke, se respiraba tranquilidad.


Con los ojos cerrados me fui a mi camarote, compartido con Oliver, un alemán.

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